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    Cerdo Ref. 34 propiedad de:

    Jamón de Monesterio



    Apariciones en los medios


    Tienda Iberian Pork Parade





    LA OBRA {Eduardo Naranjo pinta el cerdo universal}

    Un cielo azul sobre una gran ciudad en forma de cerdo es la rúbrica del pintor de Monesterio Eduardo Naranjo (agosto de 1944) para la exposición itinerante Iberian Pork Parade. Una reflexión poética para destacar la ternura que le inspira el animal. En cierto modo, cuenta, se trata de llevar al otro extremo la idea de guarro, cochino, puerco o asqueroso con la que habitualmente se asocia al rey de la dehesa. El cielo azul arropa una ciudad de rascacielos que ilustra el concepto de universal que tiene para Naranjo el ibérico. «Le gusta a todo el mundo, por eso es universal», y lo plasma con un 'skyline' sobre los lomos. En un principio pensó alguna alegoría a su hábitat rural, pero lo desechó por una figura global y cosmopolita. El matiz local se encuentra en las orejas tricolores de la bandera regional salpicada por lágrimas rojas invocando a la «martirizada Extremadura».

    Al proyecto se sumó por invitación del alcalde de su pueblo, Antonio Garrote, quien al final de la conversación le confesó que en un principio no se atrevía a pedirle que pintara el cerdo adquirido por el Ayuntamiento para esta iniciativa.

    El pintor aceptó por dos razones; porque «don cerdo ha dado, y lo sigue dando, un juego maravilloso a través de la historia como alimentación primordial de muchos pueblos» y porque como destino final le han guardado un rincón en el museo del jamón de Monesterio. «Todo un lujo para mí, que mi cerdo acabe junto al jamón supone un reconocimiento inmerecido».

    Pero antes de llegar allí, a la escultura le queda un largo camino junto a sus compañeros de piara. «No hay ninguno igual y eso supone el triunfo de la imaginación. Sin imaginación no hay arte. No se trata de pintar o dibujar muy bien, sino de tener imaginación para que la obra resulte distinta», explica Naranjo, un artista que se formó en Bellas Artes en Madrid y que desde pequeño ya sorprendía con retratos y paisajes muy fieles a la realidad de su pueblo.


    PERFIL

    Eduardo Naranjo confiesa que ha seguido una evolución distinta al resto de pintores de su época, ha sido como empezar la casa por el tejado. Ya como estudiante de Bellas Artes en Madrid mantuvo el estilo realista, pero no tan fiel como el de sus inicios y firmó trabajos más sueltos y subjetivo.

    El dominio que adquirió en el oficio contribuyó a buscar otros caminos más interpretativos en la mitad de los sesenta hasta que llega a la beca de París. SU parada en la ciudad francesa fue una inflexión en su forma de interpretar la pintura.

    Las bibliografías que hay sobre el autor coinciden en que la época de finales de los sesenta pudo ser donde firmó algunas de las obras más importantes de su largo itinerario.

    Rememora la experiencia parisina como su reencuentro con la belleza. Volvió a la figuración fiel y desde aquí, sin pretenderlo, desembocó en el realismo mágico, la etiqueta con la que ahora se le vincula y a la que apela con mucha prudencia. «Las etiquetas se debían desterrar del arte porque nunca ha dejado de ser fiel a la realidad».

    Su adscripción a lo mágico no es más que su inspiración onírica. Si Buñuel decía que soñaba en color, Naranjo lo hace despierto y se compara con su nieto Eduardo de once años. «No quiere crecer, se encuentra tan feliz imaginando que teme que la felicidad se le vaya de las manos si piensa como los demás».

    Ese mismo espíritu infantil ve en el interior de todos los artistas. «Surge cuando el adulto todavía guarda a un niño de forma indeleble en su interior y juega con ello. Somos diferentes, eso no cabe la menor duda».